Todos hemos visto rótulos o tarjetas normalmente de pintores, que añaden el término “decorador” para completar y dar lustre a su oficio. Detrás de este “pintor-decorador” creemos que no hay solo la anécdota, hay la confusión que todavía persiste, en parte, en torno al interiorismo. Porque aunque es cierto que el nombre, la mayor parte de ocasiones, no hace a la cosa, si ayuda a crear su concepto y contenido.
El trabajo principal de un interiorista no es solo “colocar muebles”, ni escogerlos, aunque sea una de sus labores. Va mucho más allá. El interiorista es un diseñador que proyecta ambientes interiores y exteriores (cada vez es más importante su labor como paisajistas). Eso supone que realiza la distribución del espacio, que proyecta todos los aspectos que harán que ese interior funcione, todas las instalaciones necesarias de iluminación, electricidad, fontanería… Va mucho más allá, como vemos, de los aspectos formales y estéticos. Se dedica a lo que en los países anglosajones se llama la arquitectura de interior.
Haciendo un poco de historia, tenemos que llegar a inicios del siglo XX en EE.UU y el Reino Unido, para encontrar algo cercano a la actual profesión de diseñador de interiores. Durante muchos años, hasta prácticamente la década de los sesenta, realmente el interiorismo lo desarrollaban arquitectos, como por citar solo algunos ejemplos, Gaudí, Mies van der Rohe, Aalto… En España, con nuestro ancestral retraso, hay que llegar a los últimos años de la posguerra, para encontrar profesionales específicos que querían llegar más lejos, que la pura creación formal de ambientes.
En la actualidad, gran parte del “sano pueblo” entiende cada vez más el concepto que hay detrás del interiorismo; a pesar de que se mantienen términos ambiguos como el de “decorador de interiores”.
Fausto Sánchez-Cascado. «historiólogo creativo»